martes, 12 de junio de 2018

Lionel Shriver


Lionel Shriver

Lionel Shriver nació en Gastonia, Carolina del Norte, el 18 de mayo de 1957.  La bautizaron con el nombre de Margaret Ann, pero cuando contaba 15 años de edad se lo cambió por el de Lionel porque, según sus palabras, sonaba mejor.  Graduada en Bellas Artes por la Universidad de Colombia, Shriver ejerce de escritora y periodista allí donde ha vivido: Nairobi, Bangkok, Belfast... hasta que se asienta en Londres, donde reside con su esposo, el batería de Jazz Jeff Williams.
Lionel Shriver la conocimos en España cuando se editó su novela Tenemos que hablar de Kevin, escrita en el año 2003 y que recibió el Premio Orange dos años después, en 2005.  Aquí, en nuestra piel de toro, vería la luz en 2007, traducida por Javier Calzada y editada por Anagrama.



  

Tenemos que hablar de Kevin es una novela interesante, muy interesante.  Narrada con un pulso hipnótico desde el comienzo hasta el final, la novela está escrita en primera persona, estructurada a lo largo de 28 cartas que Eva, la protagonista, escribe a su marido, Franklin.  La temática principal de esa narración epistolar es la figura del hijo de ambos, Kevin, desde que nació hasta la actualidad, cuando el muchacho es un adolescente.  Y alrededor de esa figura se van desplegando las emociones, la realidad de una mujer socialmente bien situada (autora y editora de guías de viaje, posee su propia empresa) que un día decidió concebir un hijo de su pareja y cuyo nacimiento cambia totalmente sus perspectivas existenciales.  A lo largo de esas cartas que Eva le escribe a Franklin va sacando a la luz todas esas cosas de las que necesita hablar pero que no puede.  O no ha podido hasta el momento.  Se queda embarazada con 40 años, después de reflexionar sobre la temporalidad de la vida, sobre la mortalidad, llegando a un punto donde es el amor lo que le hace actuar y compartir la decisión con su marido que, a partir de ese momento la tomará a ella como receptor de vida, nada más.  La vida sexual de pareja terminará ahí.  Será uno de los aspectos que Eva trate en ese monólogo epistolar, porque todo está comunicado.  La realidad no está separada por departamentos estancos: todo se comunica con todo, la realidad es un tapiz formado por una multiplicidad de hilos y colores que interactúan entre ellos.  Y como tema central de ese lienzo, de ese tapiz, la figura del hijo, Kevin.
Kevin es uno de esos recién nacidos que lloran, y lloran, y lloran, y lloran, tenga hambre o no, tenga sueño o no.  Llora por la noche, durante el día, la tarde...al anochecer se adormece, para volver a llorar de madrugada.  A medida que cumple los primeros años de edad rechaza la comida, rechaza el juego, los juguetes...  Kevin es un niño extraordinariamente problemático y por lo tanto será un adolescente más problemático aún.  Su padre no ejerce como figura de corte, mostrando autoridad, guiando al hijo en su educación.  Es la típica figura familiar que desautoriza a la madre tolerando comportamientos y conductas en el hijo que ayudan a su mala educación.  Llega a la casa cuando la madre ha estado bregando toda la mañana y toda la tarde con el niño y el padre lo único que hace es contemporizar con la criatura, jugar con él que, ahora sí, muestra interés por algún juguete, desmintiendo así las afirmaciones de la madre.  Es sólida la reflexión que hace Lionel Shriver sobre la culpa, la vida de familia, el embarazo como expropiación de la vida y hasta del mismo cuerpo físico.
La intensidad de la narración no decae ni una línea, ni un párrafo.  No hay concesiones, Shriver puede ser cruel por su crudeza, por la claridad tan arrebatadora con la que escribe, pero jamás es morbosa.  Hay situaciones terribles en las que la acción parece que vaya a llegar a una descripción espantosa de hechos.  Sigue un proceso metonímico pero cuando se va a dar el paso siguiente donde parece inevitable la aparición del horror en la consecución de los hechos, Shriver sabe escorar y salva el momento, dejando que quien lee sobreentienda, sin necesidad de entrar en una descripción pormenorizada, efectista y desagradable.  Ahí está la sabiduría de Shriver como escritora: permite al lector interactuar con la obra.  Porque en la novela hay una situación obscura, un asesinato múltiple que en ningún momento es narrado de forma escabrosa, al contrario: hay un dominio absoluto sobre lo que se está contando y para ello le declara la guerra al nervio óptico (como decía el gran R.L. Stevenson), le valen las palabras para describir la escena.  Es ella la que puede hablar de su hijo, porque convive, comparte el momento a momento con él, esa figura a la que precisamente no puede llegar a querer.  Pero es su hijo.  Y de esa corriente telúrica, de esa relación madre-hijo que en su caso es extraordinariamente complicada, Shriver es capaz de hablar sin tabúes, sin complejos.  Kevin es toda una enciclopedia del mal, un adolescente con una mente de psicópata que reflexiona sobre cómo sobrevivir en un mundo que detesta profundamente.
La novela se convirtió en un libro muy vendido, tanto como para ocupar puestos importantes en las listas de Best-Sellers, aunque no esté escrito con esa intención.  Como libro millonario en ventas fue adaptado al Cine en el año 2011 por la directora escocesa Lynne Ramsay, que escribió el guión partiendo de la novela de Shriver.  Interpretada en sus principales papeles por Tilda Swinton como madre, John C. Reilly como padre y Jasper Newell Ezra Miller como Kevin con 6 ó 8 años y con edad de adolescente, respectivamente.
En mi opinión, la película con título homónimo de la novela, está bien siempre y cuando te hayas leído primero el libro, porque de lo contrario se pierde mucho, muchísimo del contenido, del espíritu de la narración.  Ya sabemos que el Cine posee un lenguaje y la Literatura, otro.  Pero aunque hay ocasiones en las que el Cine enriquece la Literatura, éste no es precisamente un ejemplo que sirva para ilustrar dicha afirmación.  La introspección que realiza un personaje desde las estructuras literarias no lo puede hacer en la dinámica cinematográfica.  Se puede utilizar una voz en off, una voz narradora, pero eso no es un recurso precisamente cinematográfico sino literario.  Con todo, la película Tenemos que hablar de Kevin tiene una interpretación soberbia especialmente en la figura de Tilda Swinton.  Ante los ojos de los espectadores desfilan esas situaciones que Shriver describe de forma tan plástica en su novela.  Hay aportaciones importantes por parte de la directora Lynne Ramsay cuando nos muestra a Kevin recién nacido, llorando día, tarde, noche y madrugada, con su madre Eva (Tilda Swinton) agotada por la falta de sueño, ojerosa, que (y esto es aportación de la directora) mientras pasea al niño, que berrea como un poseso, en su cochecito por las calles, para descansar, para dejar de oir ese llanto eterno, se detiene al lado de una obra donde unos operarios manejan una taladradora cuyo ruido ahoga, apaga, el llanto eterno del hijo.  Swinton, de pie, apoyada en el cochecito del bebé, cierra los ojos en un gesto de profundo placer mientras la máquina martillea el suelo.  Por lo menos, no se oye ese bucle infinito berreante.
Te recomiendo que leas la novela antes de ver la película porque así tendrás una visión mucho más completa de lo que es el resultado de la adaptación.  Personalmente me parece que la resolución de la novela es mucho más real, mucho más completa que el final que ofrece la cinta de Cine donde todo queda un poco abierto a interpretaciones.  La película recibió una buena cantidad de premios y nominaciones.  La actriz Tilda Swinton está, como es habitual en ella, soberbia y participó de esos galardones.



     

De Lionel Shriver se han editado otras obras en España, todas en la editorial Anagrama: El mundo después del cumpleaños, Todo esto para qué, Big Brother y Los Mandible. Una familia: 2029-2047.  Algunos de estos títulos los tengo pendientes, no los he leido aún.  Creo que una buena forma de conocer a ésta escritora es comenzando por ésta novela que hoy ocupa la recomendación de lectura:  Tenemos que hablar de Kevin.  Léelo.  Creo que te puede gustar mucho.  O un poco, al menos.  








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