Sigismund Krzyzanowski (1887-1950) |
Hace unos años, de visita en la Librería Padilla, charlando con Pilar Berdejo, viuda de José Manuel Padilla que entonces vivía aún, me preguntó si había leído a un escritor ruso de apellido impronunciable, algo así como Zizanofski. Le dije que no, que me repitiera el apellido para apuntarlo y ella me aconsejó que me quedara con el título de la única obra que habían traducido de él en España, un libro de relatos titulado La nieve roja. Nunca le agradeceré lo suficiente que me diera a conocer a este autor que se tradujo por primera vez en el año 2009 a través de Jesús García Gabaldón, prologando y escribiendo las notas en la edición que realizó Siruela en su colección Nuevos Tiempos. Precisamente por García Gabaldón supimos que el apellido tan extraño de este escritor se pronuncia, guardando su forma polaca original, Yiyanovski.
Sigismund Krzyzanowski nació en Kiev, en 1887, y fallecía en Moscú en 1950. El Destino le deparó una existencia marcada por el signo particularmente trágico de haber nacido no solo en Rusia, sino en la Rusia convulsa de uno de los periodos más oscuros de la Historia. Krzyzanowski se licenció en Derecho y llegó a ser un experto en Filosofía, Lingüística, Matemáticas y Astronomía. Con ese bagaje interior ejerció de abogado en un bufete mientras escribía artículos de filosofía para revistas especializadas.
En el poder expandía su ego Iósif Stalin al frente del Partido Comunista y Krzyzanowski ensayaba la expresión de su mundo literario a través de narraciones que no conseguían pasar las revisiones del Comité del Partido porque, esos textos, estaban plagados de cierto realismo mágico, tan alejado del realismo socialista obligatorio que imponía Stalin, defensor de la idea del héroe positivo y de la función principal de los escritores soviéticos que debían de encargarse de exaltar la ingeniería del alma humana proyectada en el bien de la nación... Sin lugar a dudas, aunque Krzyzanowski es un narrador de un talento descomunal, no tiene nada que ver con ese perfil socio-político, como tampoco tuvieron que ver otros paisanos suyos, escritores también, como Mijaíl Bulgákov, o músicos como Dmitri Shostakóvich, perseguido constantemente para que reformara cualquier obra que no reflejase la grandeza del espíritu soviético de la sociedad comunista. Otros no tuvieron la fortuna de sobrevivir a ese periodo tenebroso de la Historia de Rusia y murieron fusilados como Isaac Bábel, o Borís Pilniak, Ósip Mandelshtam...
En la década de los años 20 fue cuando disfrutó de un reconocimiento público de parte de su obra. Fueron unos años de actividad en los que Krzyzanowski leyó algunas de sus narraciones en ciertos círculos literarios, incluso alguna se llegó a publicar en revistas de la época, pero era extraordinariamente consciente de que su sino era el anonimato. Que no se conocieran sus textos no significa que no escribiese. Una cosa es el proceso creativo, y otra que lo creado pueda tener el público que merece. Y que no se conozca dicha producción no la invalida en absoluto.
Krzyzanowski tuvo que evitar las consecuencias de pasar bajo el rodillo de Stalin y así, en 1930, colaboró en el guión de una película rusa, La fiesta de San Jorge, con una condición: no aparecer en los créditos de la cinta, en su caso como co-guionista, junto a Yakov Protazanov, también director de la película.
Acababa de pasar varios interrogatorios sobre la autoría de unos cuantos relatos en los que mantenía ese universo inclasificable de personajes y situaciones y, ya sabía bien qué pedía Stalin de los artistas soviéticos: compromiso social. Tuvo que pasar de puntillas por el entramado cinematográfico y tras lavar o disfrazar su imagen a través de una serie de colaboraciones en revistas de filosofía aportando consideraciones y pensamientos excesivamente abstractos para los censores, lo dejaron estar un tiempo.
En 1935 intervino de nuevo en el Cine y de nuevo como co-guionista pero en esta ocasión apareciendo en el staff con su nombre y apellido. Esta segunda intervención consistió en la adaptación de la novela de Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, en una película dirigida por Aleksandr Ptushko co-guionista junto a Krzyzanowski y Grogori Roshal, que mezcla imagen real y animación fotograma a fotograma con marionetas, una de las primeras manifestaciones de esta técnica que después han desarrollado, entre otros, Henry Selick (Pesadilla antes de Navidad).
En las puertas de la nueva década, en los años 40, la sombra siniestra de la Segunda Guerra Mundial frustraría las posibles ediciones de sus narraciones: venía de vivir situaciones como las de entregar textos a la imprenta para ser publicados y cuyo proceso de edición abortaba por quiebras o por problemas económicos de las editoriales que iban a hacer posible el proyecto. Después, en plena guerra, editar la colección de sus cuentos no era tan apremiante como el esfuerzo bélico a realizar contra el nazismo. Y nuestro hombre, de carne y hueso, no soportó tantas controversias en su Destino. Comenzó a beber demasiado y poco a poco el deterioro físico lo venció. El 28 de diciembre de 1950, con 63 años, fallecía en Moscú.
La segunda obra que se publica aquí sería El club de los asesinos de letras, una novela estructurada a través de varios relatos conectados por una idea matriz, un eje que vertebra las narraciones. La idea general parte de un hecho real: cuando la madre de Krzyzanowski murió, el autor se vio obligado a vender su biblioteca para poder asistir al entierro en Kiev. Nunca recuperó sus libros que, prácticamente, parecía saberse de memoria. Desde aquí se estructura la novela. El protagonista se ve forzado a deshacerse de todos sus libros y un día recibirá una invitación de un extraño club que responde al nombre de Los Asesinos de Letras, formado por siete escritores que se reúnen los sábados para contar historias que no dejan sobre el papel. Son historias que cuentan, entre otras cosas, la relación entre tres amigos que discuten sobre la finalidad de la boca: hablar, comer o besar; un actor shakespeariano cuyo Papel se rebela contra él porque le usurpa protagonismo; o la narración que se centra en los Éxteres, máquinas éticas que suplantan a los seres humanos y cuya publicación habría sido impensable bajo el dominio de Stalin.
De los tres libros publicados probablemente es el que posee un carácter más difícil, entendiendo lo de difícil por su estilo y forma fundamentalmente abstracto, más...kafkiano, por la manera en la que se desarrolla la temática. Lo publicó en el año 2012 la editorial Ediciones del Subsuelo, con traducción de Rafael Cañete.
Siete años después, en 2019, también publicada por Ediciones del Subsuelo, aparecía Biografía de una idea y otros relatos, con traducción de Marta Sánchez-Nieves.
El volumen reúne siete cuentos escritos entre 1922 y 1930 y se cuentan entre los mejores no sólo de la producción de Krzyzanowski, sino de la Literatura Universal, y no exagero. Desde el protagonista del relato que bautiza el libro, una Idea, que se origina en la cabeza de un autor, hasta que sale a través de la tinta de un bolígrafo, se plasma en el papel y pasa a ser de dominio público, impresa, leída, donde accede al pensamiento y al cerebro de los lectores y de nuevo vuelve a la cabeza del que la creó... Otros relatos cuentan historias raras, extrañas, que parecen imposibles, como lo que narra en el titulado En la pupila, donde un amante se encuentra a sí mismo en forma de miniatura en el ojo de la mujer a la que ama...
El libro incluye también El tema ajeno, Kunz y Schiller, El viejo y el mar, Los poco-poquísimos y Por eso.
La literatura de Krzyzanowski es inclasificable, va más allá, mucho más allá de matrículas y sellos, su lectura es un gozo que marca un antes y un después de haber entrado en un universo de semejante riqueza tanto de imágenes como de ideas.
Sin lugar a dudas: Sigismund Krzyzanowski, léase.
Sigismund Krzyzanowski nació en Kiev, en 1887, y fallecía en Moscú en 1950. El Destino le deparó una existencia marcada por el signo particularmente trágico de haber nacido no solo en Rusia, sino en la Rusia convulsa de uno de los periodos más oscuros de la Historia. Krzyzanowski se licenció en Derecho y llegó a ser un experto en Filosofía, Lingüística, Matemáticas y Astronomía. Con ese bagaje interior ejerció de abogado en un bufete mientras escribía artículos de filosofía para revistas especializadas.
En el poder expandía su ego Iósif Stalin al frente del Partido Comunista y Krzyzanowski ensayaba la expresión de su mundo literario a través de narraciones que no conseguían pasar las revisiones del Comité del Partido porque, esos textos, estaban plagados de cierto realismo mágico, tan alejado del realismo socialista obligatorio que imponía Stalin, defensor de la idea del héroe positivo y de la función principal de los escritores soviéticos que debían de encargarse de exaltar la ingeniería del alma humana proyectada en el bien de la nación... Sin lugar a dudas, aunque Krzyzanowski es un narrador de un talento descomunal, no tiene nada que ver con ese perfil socio-político, como tampoco tuvieron que ver otros paisanos suyos, escritores también, como Mijaíl Bulgákov, o músicos como Dmitri Shostakóvich, perseguido constantemente para que reformara cualquier obra que no reflejase la grandeza del espíritu soviético de la sociedad comunista. Otros no tuvieron la fortuna de sobrevivir a ese periodo tenebroso de la Historia de Rusia y murieron fusilados como Isaac Bábel, o Borís Pilniak, Ósip Mandelshtam...
En la década de los años 20 fue cuando disfrutó de un reconocimiento público de parte de su obra. Fueron unos años de actividad en los que Krzyzanowski leyó algunas de sus narraciones en ciertos círculos literarios, incluso alguna se llegó a publicar en revistas de la época, pero era extraordinariamente consciente de que su sino era el anonimato. Que no se conocieran sus textos no significa que no escribiese. Una cosa es el proceso creativo, y otra que lo creado pueda tener el público que merece. Y que no se conozca dicha producción no la invalida en absoluto.
La fiesta de San Jorge - 1930 |
Acababa de pasar varios interrogatorios sobre la autoría de unos cuantos relatos en los que mantenía ese universo inclasificable de personajes y situaciones y, ya sabía bien qué pedía Stalin de los artistas soviéticos: compromiso social. Tuvo que pasar de puntillas por el entramado cinematográfico y tras lavar o disfrazar su imagen a través de una serie de colaboraciones en revistas de filosofía aportando consideraciones y pensamientos excesivamente abstractos para los censores, lo dejaron estar un tiempo.
En 1935 intervino de nuevo en el Cine y de nuevo como co-guionista pero en esta ocasión apareciendo en el staff con su nombre y apellido. Esta segunda intervención consistió en la adaptación de la novela de Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, en una película dirigida por Aleksandr Ptushko co-guionista junto a Krzyzanowski y Grogori Roshal, que mezcla imagen real y animación fotograma a fotograma con marionetas, una de las primeras manifestaciones de esta técnica que después han desarrollado, entre otros, Henry Selick (Pesadilla antes de Navidad).
En las puertas de la nueva década, en los años 40, la sombra siniestra de la Segunda Guerra Mundial frustraría las posibles ediciones de sus narraciones: venía de vivir situaciones como las de entregar textos a la imprenta para ser publicados y cuyo proceso de edición abortaba por quiebras o por problemas económicos de las editoriales que iban a hacer posible el proyecto. Después, en plena guerra, editar la colección de sus cuentos no era tan apremiante como el esfuerzo bélico a realizar contra el nazismo. Y nuestro hombre, de carne y hueso, no soportó tantas controversias en su Destino. Comenzó a beber demasiado y poco a poco el deterioro físico lo venció. El 28 de diciembre de 1950, con 63 años, fallecía en Moscú.
Vadim Perel'muter |
En el año 1976, el investigador literario ruso Vadim Perel'muter (o Perelmouter)
descubrió a su paisano Sigismund Krzyzanowski. Fue mientras consultaba los Archivos del Estado de Rusia. Al llegar al poeta Georgij Sengeli se encontró con una anotación del 28 de diciembre del año 1950, extraída de uno de sus cuadernos, en la que decía: Hoy Sigismund Krzyzanowski murió, un escritor visionario, un genio desconocido cuya obra es comparable con la de Edgar Allan Poe y la de los mejores escritores de la literatura mundial. Ninguna de sus obras ha sido publicada.
Esta reseña se convirtió en el tábano de la curiosidad que aguijoneó a Vadim Perel'muter, que desde entonces se volcó en una investigación exhaustiva sobre la figura del autor y llegaría a encontrar sus manuscritos, encargándose de su publicación a partir de 1989.
Comenzaron las traducciones y la pionera sería Francia, seguida por otros países europeos. En España se supo de la existencia de este autor original en el año 2009, cuando aparece un volumen titulado La nieve roja y otros relatos, publicado por la editorial Siruela en su colección Nuevos Tiempos, con prólogo, notas y traducción del eslavista Jesús García Gabaldón. El libro recoge siete relatos escritos entre 1922 y 1939 con títulos como Los dedos fugitivos, Autobiografía de un cadáver... Una cosa sí quiero señalar y es que la obra de Krzyzanowski no tiene nada que ver con el contenido de la obra de Edgar Allan Poe, aunque el poeta Georgij Sengeli indicara esa semejanza en la nota de su diario donde expresa su pesar por la muerte de su paisano. Creo que la mención a Poe está referida a la intensidad de su producción, no al estilo o contenido. Me he acordado en este punto, al citar ese relato Autobiografía de un cadáver, precisamente por lo de cadáver. La nieve roja y otros relatos incluye también Cuadraturín, El marcapáginas, El codo sin morder, La nieve roja y La hulla amarilla.
De los tres libros publicados probablemente es el que posee un carácter más difícil, entendiendo lo de difícil por su estilo y forma fundamentalmente abstracto, más...kafkiano, por la manera en la que se desarrolla la temática. Lo publicó en el año 2012 la editorial Ediciones del Subsuelo, con traducción de Rafael Cañete.
Siete años después, en 2019, también publicada por Ediciones del Subsuelo, aparecía Biografía de una idea y otros relatos, con traducción de Marta Sánchez-Nieves.
El volumen reúne siete cuentos escritos entre 1922 y 1930 y se cuentan entre los mejores no sólo de la producción de Krzyzanowski, sino de la Literatura Universal, y no exagero. Desde el protagonista del relato que bautiza el libro, una Idea, que se origina en la cabeza de un autor, hasta que sale a través de la tinta de un bolígrafo, se plasma en el papel y pasa a ser de dominio público, impresa, leída, donde accede al pensamiento y al cerebro de los lectores y de nuevo vuelve a la cabeza del que la creó... Otros relatos cuentan historias raras, extrañas, que parecen imposibles, como lo que narra en el titulado En la pupila, donde un amante se encuentra a sí mismo en forma de miniatura en el ojo de la mujer a la que ama...
El libro incluye también El tema ajeno, Kunz y Schiller, El viejo y el mar, Los poco-poquísimos y Por eso.
La literatura de Krzyzanowski es inclasificable, va más allá, mucho más allá de matrículas y sellos, su lectura es un gozo que marca un antes y un después de haber entrado en un universo de semejante riqueza tanto de imágenes como de ideas.
Sin lugar a dudas: Sigismund Krzyzanowski, léase.