Frederick William Rolfe, Barón Corvo (1860-1913) |
El autor que ocupa esta entrada del blog es uno de esos escritores prácticamente desconocidos para el lector medio español, uno de esos autores malditos que existe en la larga nómina de nombres olvidados de la Literatura y que merecen la pena recuperar.
Frederick William Rolfe nacía el 22 de julio de 1860 en Londres. Hijo de un fabricante de pianos, estudió en Oscott, en St. Mary's College. Con 15 años se hizo maestro ejerciendo brevemente en el Colegio de Grantham, en Lincolnshire. Su caligrafía, delicada y colorida (utilizaba tintas de diferentes tonalidades) más una capacidad aguda y sutil para construir textos de prosa extravagante y laberíntica, comenzó a forjarse cuando contaba 20 años de edad.
En su vida personal ocurrió un hecho fundamental: su conversión al catolicismo en 1886 cuando contaba 26 años. Esto supuso el punto de fuga de la vocación que le acompañó durante toda su vida, el sacerdocio, vocación que resultó frustrada y que nunca llegó a realizarse. En 1887 ingresó en el seminario de Santa María de Oscott y en 1889 estudió en el Scots College de Roma, instituciones de las que fue expulsado por su comportamiento errático motivado por la insolvencia a la hora de pagar el importe de las clases: vivía con un ritmo de vida por encima de sus posibilidades.
Por aquella época, las últimas décadas del siglo XIX, Rolfe entró en contacto con el círculo de amistades de la duquesa Sforza Cesarini, una inglesa de nombre Caroline Shirley, nacida en 1818 y fallecida en 1897, que se casó con un aristócrata italiano a la edad de 18 años. En 1890 conoció a Rolfe del que se compadeció al saber de sus cuitas académicas. Lo adoptó como nieto y le concedió el título de Barón Corvo, convirtiéndose desde ese momento en el pseudónimo más utilizado por el autor. El alias más usado, porque tuvo otros:
- Rose (o Rolfe) - como clérigo tonsurado
- Rey Clement (o Barón Corvo) - cuando escribía, pintaba y hacía fotografías
- Austin White - como diseñador de decoraciones
- Francis Engle - como periodista
- Frank English
- Frederick Austin
A la literatura dedicaría su vida, después de buscar vías de expresión a través de la fotografía y de la pintura. Cuando comenzó su relación de protegido de la duquesa Sforza Cesarini y pasaba sus días en Roma conoció los trabajos de dos fotógrafos que influirían profundamente en su forma de entender el arte fotográfico: el barón Wilhelm von Gloeden (1856-1931) fotógrafo alemán que desarrolló su carrera principalmente en Taormina, Italia, conocido por sus estudios de desnudos de jóvenes sicilianos que aparecen generalmente con poses muy cuidadas, en marcos de referencias clásicas; la otra figura del arte fotográfico que le influyó fue Wilhelm Plüschow, alemán emigrado a Italia que italianizó su nombre en Guglielmo Plüschow (1852-1930). Alcanzó fama con sus fotografías de desnudos de jóvenes italianos, pedrominantemente muchachos, aunque también fotografió a mujeres jóvenes.
El seminario en el que estudiaba Rolfe en Roma, el Scots College, estaba en la calle Sardegna, muy cerca de Vía Veneto. En dicha calle, Plüschow tenía su estudio de fotografía y cuando Rolfe fue expulsado del seminario comenzó a frecuentar el domicilio del fotógrafo cuya obra le impresionó tanto como para seguirle fielmente. Aunque Plüschow fotografiaba mujeres el tema central de sus instantáneas era el desnudo masculino, muchachos jóvenes italianos que aparecían en poses de carácter clásico griego y romano. Lo mismo ocurría con la obra del otro referente fotográfico, Gloeden.
Guglielmo Plüschow (1852-1930) |
Fotografía original de Guglielmo Plüschow |
Wilhem von Gloeden (1856-1931) |
Foto original de Wilhem von Gloeden |
Rolfe estuvo interesado en la fotografía toda su vida, pero en la práctica no pasó de ser una vía de expresión. Se hizo amigo de un grupo de ragazzi locales de Genzano, con quienes exploró el campo local. Desarrolló con cierta destreza técnicas de color y fotografías subacuáticas pero progresivamente fue perdiendo interés y los modelos que posaron para sus creaciones fotográficas se convirtieron en personajes de sus relatos y novelas.
Mi búsqueda de Corvo empezó accidentalmente una tarde del verano de 1925, hallándome en compañía de Christopher Millard. Estábamos sentados en su pequeño jardín, holgazaneando y hablando de los libros que no alcanzan los elogios e influencia que se merecen. Mencioné "Wylder's Hand", de Le Fanu, una obra maestra en lo que a la trama se refiere, y las "Fábulas Fantásticas", de Ambrose Bierce. Tras una pausa, sin hacer ningún comentario sobre mis ejemplos, Millard me preguntó: -¿Has leído "Adriano VII"? Le contesté que no y ante mi sorpresa ofreció prestarme un ejemplar. Digo que ante mi sorpresa porque mi compañero prestaba sus libros en muy raras ocasiones y siempre de mala gana.
Symons dedicó gran parte de su energía a la buena vida. En 1933, un año antes de escribir y publicar la obra sobre Frederick William Rolfe, fundó la Wine and Food Society, una organización que se dedicaba a establecer categorías entre las cocinas de los restaurantes y bodegas de Inglaterra y del resto de Europa. Fallecía en 1941 de un tumor en el tronco del encéfalo. Dejó varias obras sin acabar entre otras una esperada biografía de Oscar Wilde que quedó incompleta.
No es necesario leer En busca del barón Corvo antes de leer al mismo barón Corvo pero sí aconsejable, puedo afirmar que imprescindible una vez se conozca su literatura, su producción narrativa extraordinariamente escasa en su traducción española.
Ahora es momento de centrarnos en la primera novela de Rolfe que vio la luz en nuestro país, la misma obra que conoció su biógrafo A.J.A. Symons, Adriano VII.
tenía todo el derecho a estar orgulloso de sus garras verbales... Un gran vocabulario es esencial para el estilo insultante y, Rolfe, a base de estudio y constante práctica se convirtió en uno de los grandes maestros del vituperio
Italia ocupaba un rincón amplio en el corazón y el alma del Barón Corvo. En su haber tiene uno de los mejores trabajos que se han realizado sobre los Borgia, Crónicas de la Casa de los Borgia (Chronicles of the House of Borgia) de 1901 e Italia estaría presente en un gran grueso de su producción.
En Inglaterra se sentía agobiado por su situación, además de incomprendido, menospreciado, siempre pidiendo, solicitando ayuda económica. En el año 1907 vuelve a Italia en compañía del profesor y arqueólogo R.M. Dawkins. Sería el principio del fin de su vida. Seguiría dando sablazos a diestro y siniestro: escribía cartas despóticas a sus amigos ingleses, a sus editores en Inglaterra, exigiendo adelantos por los manuscritos que iba a enviar. Agotó las posibilidades de continuar una relación mínimamente sana con el profesor Dawkins a quien desplumó concienzudamente hasta que se negó a seguir pagándole estancias en hoteles y comidas pantagruélicas regadas con vinos de primera.
De 1909 data El deseo y la búsqueda del todo (The Desire and Pursuit of the Whole) publicada años después en Londres, en 1934. Venecia ocupada por turistas ingleses, excéntricos, diletantes, que pululan por las calles y canales de la ciudad. Partiendo de una frase de El Banquete de Platón, la misma que él utilizó para bautizar su obra, en la novela el amor designa el deseo y la búsqueda del Todo. Los protagonistas, Nicholas Crabbe (seudónimo del mismo Rolfe) y Zildo, una muchacha andrógina que puede ser un muchacho, viven una historia de amor, columna vertebral de la narración.
Que la obra de Frederick Rolfe está mal tratada en España es un hecho, una realidad. ¡Ojo! Mal tratada significa que tan sólo hay dos obras suyas publicadas, no que esté mal traducido, todo lo contrario. Tanto Adriano Séptimo reseñada más arriba como ésta, El deseo y la búsqueda del Todo, publicada por Valdemar en su colección Planeta Maldito en el mes de abril del año 2003, con traducción de Marta Pino Moreno, están magníficamente pasadas a nuestro idioma.
Es lo único que hay en español de la producción del Barón Corvo, de su narrativa de ficción porque también en el corpus de su producción se incluyen sus cartas, inéditas hasta el momento, la correspondencia que cruzó con otras personas relacionadas con el mundo de la cultura, cartas que muestran con claridad meridiana el perfil de nuestro hombre, de carácter particularmente difícil: sus trastornos psicológicos, su cuadro maniaco-depresivo, la paranoia que lo persiguió a lo largo de su vida, que motivó que algunos libros no vieran la luz sino después de haber fallecido. Hubo proyectos de ediciones de obras que trabajó a medias con otras personas que se comprometían a aportar el capital necesario para que dicho libro viera la luz. El apoyo se vería reflejado en la portada del libro donde los nombres de ambos aparecerían compartiendo autoría, cosa que para Rolfe significaba que, en el fondo, lo que querían era usurpar su figura y que el otro adquiriera la categoría de autor único. O él mismo, Rolfe, era el que sugería que el nombre de su benefactor estuviera presente en la cubierta, para después desdecirse a través de cartas insultantes en las que rechazaba todo, ayuda y buenas intenciones.
El barón Corvo en una de las estancias en las que vivió en Venecia |
Se relacionaría con el núcleo de ingleses que vivían en la ciudad de los canales. Derrocharía el dinero que lograba por prestamos de amigos y lo gastaría, por ejemplo, en comprarse una góndola con la que recorría los canales realizando, a veces, actos altruistas transportando a personas necesitadas hasta el Hospital o a quien tenía que llegar a una cita para la que ya llegaba tarde. Utilizaba las aguas de los canales como piscina: se desnudaba y se sumergía para nadar un rato. En parte se asemejaba a Lord Byron que, cuando pasó un tiempo en Italia, al vivir unos meses en Venecia, cuando le invitaban a una cena y le ofrecían una góndola para que le recogiese, daba las gracias asegurando que llegaría por sus propios medios. Sus propios medios no eran otra cosa que recorrer la distancia que le separaba desde su estancia hasta la casa o palacio al que tuviera que acudir, a nado. Estudiaba los canales por los que tendría que discurrir y una vez planificado, su mayordomo caminaba por las aceras y puentes, siguiendo a su señor, guardando para él un albornoz y toda la ropa y accesorios indispensables para que se acicalara como era su costumbre inmediatamente antes de llegar a la cita concertada. A Rolfe, tal vez, le hubiese gustado tener un ayuda de cámara como el que tuvo Byron, pero se contentaba con enredar los pies en las algas subacuáticas de los canales y en dormir al raso en su propia góndola, abrigándose con pieles de fieras africanas.