Me
ha sorprendido y de manera muy grata éste libro de memorias de Nazario. Tal vez porque esperaba una biografía repleta
de aventuras escandalosas y encontrarme todo lo contrario, la memoria sensible
(que no sensiblera) y la ternura sin alharacas de una persona de carne y hueso,
eso haya hecho que su lectura me resulte más afectuosa, que haya leído la obra
con interés y sobre todo con una sonrisa al encontrarme nombres y apellidos de
personas conocidas que han participado del día a día de la vida cotidiana del
dibujante underground. Creo que han sido
tres o cuatro veces las que he visto a Nazario en persona. Conocí sus dibujos y sus historias antes de
saber de su existencia. Fue a través de
Paco Ramos cuando supe que, en Sevilla, estuvo viviendo en su casa, ese
domicilio al que Nazario hace referencia como la casa de Manolo y Paco
Ramos. Por ellos supe que la silla
amarilla que había en el piso de la Antilla la había pintado él. Que mirase en una de las cuatro patas, me
dijo Paco. Era verdad. En una aparecía la firma de Nazario. Me enseñó una caja de recuerdos que dejó
cuando se fue a Barcelona. Una caja de
recuerdos de Nazario, imagínatela: una colección muy personal de los objetos
más extravagantes y extraños. Lo primero
que saltaba a la vista era una bola rosa, obscura, como las bolas de cera que
construyen los niños en Semana Santa, solo que esa bola rosa no era de cera
sino de chicles ya masticados. Los
guardaba no sé por qué. La colección de
anécdotas que contaban los hermanos Ramos sobre aquella “redacción improvisada
de dibujantes” era peculiar.
Una
de las veces en las que vi a Nazario fue en Sevilla, en 1979, año en el que se
reivindicó el Carnaval. Se sabía que el
pintor Ocaña, el gran Ocaña, iba a visitar la ciudad con tal motivo. No recuerdo bien el mes, pero un grupo de
amigos decidimos ir al aeropuerto de Sevilla a recibirle. Cuando se abrieron las puertas del hall de
Llegadas surgió un grupo de viajeros vestidos con ropas coloridas, hablando en
voz alta y riendo. En el grupo, entre
otros, apareció Nazario, disfrazado con un atuendo brasileño, junto a un Ocaña muy
maquillado, vestido con un traje largo color malva y tocado con una peineta y
una mantilla negra, abanicándose enérgicamente y dando voces y vítores a la
Virgen del Rocío. Preguntó por los
servicios y ahí montó uno de sus números: se dirigió a todo el mundo que estaba
presente, preguntando dónde le correspondía entrar, si en el servicio de
Hombres o en el de Mujeres.
Por la noche, Ocaña,
Nazario y sus amigos recalaron en la calle Amor de Dios, en el bar que tenía
Paco Lira y donde te ponían unos bocadillos de tortilla de patatas que no veas. Pero todo esto no tiene que ver con el
libro de Nazario. O sí. Son recuerdos que se me han despertado al leer
“La vida cotidiana del dibujante underground” de Nazario. Un magnífico comentario porque seduce y guía
su lectura lo realizó hace apenas unos meses José María Rondón en las páginas
de Diario de Sevilla. Mira lo que él
comenta sobre el libro y verás cómo te entran ganas de leerlo.http://www.diariodesevilla.es/…/salvaje/mira/atraacutes.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario